Uno de mis momentos de mayor odio fue culpa de un Uber.
Fue a fines del 2020, en uno de los primeros carretes que salí desde que empezó la pandemia. Me junté con unas amigas del colegio, y terminamos en el departamento de una amiga de mi amiga. Hasta ahí, todo bien.
Ya entradas las altas horas de la noche, me quería ir a mi casa. Estábamos a la chucha, así que Uber era la única opción. Un Uber de 10 lucas, durísimo. Aguanté unos minutos a ver si alguien más se iba y me acercaba, pero no tuve suerte. Pedí el Uber y me empecé a despedir.
Subiéndome al ascensor un compadre del carrete me pregunta si lo puedo acercar. “Obvio”, le dije. Me contó donde iba, y agregué su casa a la app. Me pasó su nombre y teléfono para que al día siguiente lo contactara para que me depositara según cuánto salió. Como alargué la carrera, fueron 15 lucas en vez de 10.
Al día siguiente, después de un Gatorade y un Mac, le escribí. Decidí cobrarle 5 lucas de las 15, básicamente lo que costó su tramo del viaje.
“Dale, te deposito en un rato” me respondió.
Nunca me depositó.
Le escribí un par de veces más durante el día, y lo llamé al día siguiente. Nunca más supe de tal sujeto. Me enchuché, pensé en meter su teléfono en una base de datos de pitanzas o algo así jajaja (nunca lo hice).
El punto es que me acuerdo perfecto de su cara, y si pregunto podría averiguar su nombre fácil. La probabilidad de que interactúe de nuevo con el no es 0, y se pueden imaginar cómo sería la interacción.
El punto es, no te cagues por 5 lucas. Tu reputación vale mucho más que eso. Fuera de esta historia, todos conocemos amigos que siempre pechan, que nunca se rajan. Inconscientemente, los queremos un poquito menos.
Es un efecto secundario de los famosos ahorros hormiga. Si creemos que cualquier ahorro pequeño nos va a hacer independientes financieramente, empezamos a ahorrar incluso cuando no es necesario. Y es probable que nuestras relaciones lo sufran.
El otro extremo es igual de malo. Si no controlas absolutamente nada lo que gastas, es muy probable que te gastes todos tus ingresos, y más temprano que tarde termines pidiendo un crédito de consumo. Esa historia no termina bien.
La meta es estar al medio, no ser cagado pero tampoco un derrochador. No sufrir con los gastos pequeños, y crecer lentamente nuestro patrimonio.